Nunca he entendido ciertas aficiones y las satisfacciones que provocan a quienes las practican. Es el acaso de los árbitros de futbol, profesión de riesgo indiscutible, creo que no excesivamente bien remunerada ( sobre todo si la comparamos con lo que ganan otros profesionales de ese deporte) y, desde luego, no muy bien considerada. En Rumanía, un árbitro acudió al campo con una pistola por si le hacía falta y debió considerar que la situación lo requería al dar por válido un gol en un sospechoso fuera de juego. Al ver que la grada se venía abajo, con toda la intención de saltar al campo, el árbitro esfrimió su arma para poner un poco de orden y salvar su vida. El remedio, aunque poco adecuado, surtió su efecto. Eso sí, la comisión arbitral del país le ha pedido explicaciones por su actitud.
No parece que haya que explicar mucho para entender que algunos árbitros puedan estar hartos de que se dude de su neutralidad, de su saber , de su experiencia y de su criterio. Que se acuerden de su madre continuamente, que les insulten sin cesar y que vean, en algunas situaciones, a miles de personas con ganas de darles algo más que palmaditas a la espalda es como para ponerse nervioso. Y cuando uno se siente en peligro, acaba tomando medidas drásticas. Inapropiadas, pero efectivas.
miércoles, 1 de abril de 2009
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